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miércoles, 27 de octubre de 2010

R.I.P.

... y le llegó su hora. Despues de un mes de junio-julio, en le que se hizo mundialmente famoso, y de hacernos disfrutar de un verano de locura y patriotismo, el pulpo Paul estiró las 8 patas.
Al final los borócratas del zoo en el que vivia, quisieron que muriera allí, rodeado de cámaras de televisión, fotógrafos.
No pudo morir como un pulpo.
Todo guerrero quiere morir en el campo de batalla; los actores dicen que les gustaría morir en un escenario; el Gran Cela, decía que le gustaría morir "follando y con la picha tiesa",...
Pero a Paul le privaron de una muerte digna, como a tantos otros pulpos del mundo: el quería morir en una "olla de cobre", después de recibir una buena paliza, con un poco de sal, pimentón y aceite de oliva, y unas patatas "en cachelos" para acompañar su viaje al más allá.
Pero la burocracia pudo más que el honor de Paul. Siempre permanecerás en nuestras memorias.


Cómprese un pulpo entero
o pésquese si se tiene moral
y ganas de buceo,
cóngelese algunos días no más
para ablandarle la carne más dura
y volverle más rica la textura,
o désele una copiosa paliza,
que no ha de protestar a quien le atizas,
cubriendo con un paño de cocina
su piel rosada y fina
para evitar que el bicho te salpique
o te manche los platos y el tabique
cuando tú con un mazo le calientes
los lomos de su espíritu silente.
Póngase a hervir el agua en una olla

con algo de laurel y una cebolla
y después de un buen rato de hervidura
tres veces moja el pez en la locura
sujeto por la testa y no los pies
para asustar su dulce desnudez,
pero fíjate bien en lo que haces
no vaya a ser que sin querer lo majes
y cuenta y baila bien el un, dos, tres,
que si no se te cocerá del revés.
Cuécelo treinta o cuarenta minutos,

y no menos como hacen los brutos,
y pínchalo con un buen tenedor
en el centro mismo de su color
para saber hasta donde le llega
la ternura. Y prepara la bodega
que ya es cosa de tijera cortar
en trozos sus ocho patas de mar.
Se sirve sobre un plato de madera

con aceite de oliva de primera
y sal y pimentón picante al gusto
de quien vaya a darle el último susto.
F.L. Perez

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